sábado, 1 de noviembre de 2014

The Holders (El Portador de la Agonia)

En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a cualquier institución de salud mental o centro de rehabilitación al que tengas acceso. Estando en la recepción, pide reunirte con aquel que se hace llamar «El Portador de la agonía». El empleado a cargo te mirará asombrado, como si no hubiese entendido por qué reconoció el nombre. Balbuceará por un momento, pero luego su expresión facial cambiará a un ceño demacrado. Temblará, se hará a un lado y se negará. Debes insistir, sin perder la calma, incluso si él llegase a llorar o gritarte. Eventualmente, la vida se irá de sus ojos, y te guiará, arrastrando sus pies, a un cuarto sin enumerar al final del pasillo.

El empleado te abrirá la puerta, e inesperadamente te dará una patada en la parte baja de tu espalda precipitándote adentro del oscuro cuarto. No se lo impidas. Este cuarto olerá a toallitas húmedas con alcohol y simultáneamente a la fuerte esencia metálica de la sangre. No serás capaz de ver nada hasta que la puerta por la que entraste se abra, y la luz gris de afuera ilumine a una desgarbada figura encapuchada entrando al cuarto. Cuando la puerta se cierre, sentirás de inmediato a la figura presionar su cuerpo contra el tuyo. Sus miembros huesudos punzarán tus costillas y estómago, mientras dirá: «Te conozco». Permanece completamente inmóvil. No hagas ningún ruido, excepto el de preguntar: «¿Por qué están sufriendo?».

Responderá, con un siseo desgarrador: «Te retendré aquí por toda la eternidad, y cada noche, te mutilaré, violaré y  asesinaré». No tendrás tiempo para huir o pensar, antes de que sientas una cuchilla enterrándose en tu abdomen y atravesando tu espalda. No te muevas. No hables. No grites.

La voz continuará: «Asesinaré a todos cuanto amas, y los haré ver tu rostro en su asesino. Corromperé tu mente hasta que seas tan grotesco y perverso como el resto de nosotros». Más cuchillas perforarán tu cuerpo, en partes suaves, en partes imposibles, y la voz retomará sus juramentos de muerte; y su tortura, tan creativamente inhumana y meticulosamente desalmada, te pondrá en peligro de perder tu mente.

La quietud será tu única defensa. Si te mueves, las cuchillas, aumentando su cantidad de una a cinco, a treinta, a cien o mil, si acaso tuvieses la oportunidad de contar, desgarrarán en toda dirección, forzando a cada trozo de tu carne y nervios a permanecer conscientes y alertas de cómo eres descuartizado una y otra vez indefinidamente.

Debes escuchar a su voz con detenimiento, pues eventualmente, dirá una que otra cosa importante.
Si dice: «Esta gloria está reservada para aquellos que se han probado a sí mismos», entonces sólo puedo ofrecerte mis condolencias. Tu sufrimiento será tan increíblemente horrible, que cualquiera en la Tierra que haya visto tu rostro u oído tu nombre tendrá pesadillas de tu agonía. Tu alma será una cáscara desperdiciada.
Si dice: «La totalidad de tu existencia está libre de esta agonía», debes responder, con rapidez y seguridad: «La agonía nos llena a todos hasta que hayan dejado de hacer daño». Seguidamente, todo se detendrá —el dolor, el siseo—, y sentirás a la figura desintegrarse sobre tu cuerpo. Levanta su capucha y encontrarás una bolsa de cuero. Ábrela sólo si quieres descubrir cómo sería ver al mundo ser destruido por una plaga que ni siquiera el Infierno absolvería.

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